martes, 14 de enero de 2014

'Respirar por la herida': la certeza de que vivir mata

Todos los personajes que pululan bajo el peso de sus miserias por las páginas de esta novela respiran a través de sus respectivas heridas. Son sus tragedias personales, o más bien familiares, las únicas que los mantienen aferrados a su existencia, por tortuosa que esta pueda ser. Un compendio de existencias que parecen estancadas por el dolor y la culpa, pero que solo necesitan de un detonante para que todas ellas converjan y culminen en ese descenso a los infiernos propio de una historia tan negra como la planteada aquí por Víctor del Árbol.

La primera de estas existencias tortuosas, que arranca la trama de 'Respirar por la herida', es la de Eduardo. Un pintor que lleva 14 años sumergido en su propia burbuja de desesperanza y autocompasión, desde que un terrible accidente de tráfico le arrebató a las únicas personas que le importaban: su esposa Elena y su hija Tania. La novela arranca fuerte presentándonos la desolación emocional de este personaje, pero conforme avanzamos en la lectura nos damos cuenta de que no es sino la punta del iceberg del círculo de historias crueles, tristes y sórdidas que envuelven a los demás protagonistas de la trama, un círculo que se va cerrando progresivamente, dejando cada vez menos espacio a la esperanza.

El detonante planteado por el autor para poner en marcha esta maquinaria donde se van entrelazando el presente y el pasado de los personajes es un cuadro. Concretamente, un retrato: el que Gloria Tagger, famosa violoncelista, encarga a Eduardo. Un retrato nada corriente, ya que consiste en inmortalizar a Arthur Fernández, empresario que cumple condena en prisión por haber atropellado accidentalmente al hijo de Gloria.

Estos y otros personajes se van sumando al devenir de la narración, trayendo consigo un puñado de episodios trágicos que van encajando en el conjunto final como si fueran las piezas de un puzle. Lo que al principio parece ser el relato de la deriva psicológica y existencial de Eduardo, termina por convertirse en una obra coral en donde todos los personajes (salvo, quizá, uno de ellos) resultan ser víctimas y verdugos al mismo tiempo. Y en donde el azar, al igual que en la vida real, hace gala de su amargo sentido del humor para conseguir que ninguno escape a su inevitable final, y que todos (Eduardo, Gloria, Arthur, Guzmán, el señor Who y los demás figurantes de esa tragedia) parezcan encontrarse siempre en el lugar y el momento equivocados.

Todos los cabos sueltos que va diseminando la lectura de 'Respirar por la herida' terminan atados, encajados entre sí; quizá demasiado atados como para no comprometer la verosimilitud de ciertos pasajes, pero no hay que olvidar que lo real en esta novela, lo que de verdad debe impresionarnos, es el sufrimiento de sus personajes y la forma que cada uno tiene de afrontarlo. Del Árbol nos propone una historia dura, descorazonadora, en donde prima la incomprensión por muchas de las pautas de la conducta humana. Un libro que es como un soplo gélido en la nuca, y que aun así finaliza con una pequeña evocación de inocencia que tal vez sirva para que el lector supere la congoja que se le queda en las entrañas al cerrarlo.