El debut literario de la detective Claire DeWitt parte de un conjunto de ingredientes muy interesantes. En primer lugar, el marco donde se desarrolla la acción: la ciudad de Nueva Orleans posterior al devastador paso del huracán Katrina. Además del rastro de desolación y miseria que dejó a su paso el huracán, caldo de cultivo irresistible para historias negras de este tipo, Nueva Orleans es de por sí una ciudad interesantísima por su trasfondo musical, sus tradiciones (en donde destaca el Mardi Gras, su peculiarísimo carnaval), el carácter de sus gentes y el hecho de ser un lugar donde conviven tantas etnias y culturas diferentes.
El segundo ingrediente destacado, al menos a priori, es la propia protagonista, una detective muy heterodoxa que no duda en servirse de las drogas, los sueños o incluso las enseñanzas del I Ching para avanzar en sus investigaciones y descubrir nuevas pistas. Un personaje singular que nos recuerda en más de un momento al agente Dale Cooper, protagonista de 'Twin Peaks', serie con la que esta novela guarda ciertas similitudes. Por último, otro interesante añadido por parte de la autora, Sara Gran, a la premisa general de la novela es la figura de un detective ficticio llamado Jacques Silette, cuyo libro sobre métodos detectivescos sirve de base a los procedimientos de Claire, y cuyos pasajes se citan de forma recurrente a lo largo de la obra, dejando algunas interesantes reflexiones sobre la figura del detective, los clientes y los crímenes.
Partiendo de unos elementos tan interesantes, cabría pensar que nos encontramos ante una innovadora muestra de novela negra actual, pero aunque originalidad no le falta, ni tampoco algunos aciertos, en conjunto esta 'Ciudad de los muertos' no termina de cuajar como una lectura redonda. El principal problema radica en el tono con el que la autora afronta la novela. No termina de decidirse entre el enfoque onírico y surrealista que veíamos en 'Twin Peaks', o el realismo crudo que trata de indagar en el statu quo de la Nueva Orleans post-Katrina al estilo de la serie televisiva 'Treme'. La autora intenta aunar ambos enfoques en la trama y a menudo lo único que consigue es descolocar al lector, que no termina de empatizar con los personajes ni engancharse al desarrollo de los acontecimientos.
No obstante, lo más negativo es el desarrollo del enigma en sí. Claire DeWitt acude a la ciudad para investigar la desaparición de Vic Willing, acaudalado fiscal de distrito que se esfumó sin dejar rastro tras el paso del Katrina. Arranca entonces una investigación que no hace más que dar vueltas sobre sí misma, dando una sensación de estancamiento, hasta que una deducción que Claire se saca de la manga, por las buenas, da un giro en los acontecimientos y acelera un poco el ritmo. Una cosa es que Claire utilice métodos poco convencionales en sus investigaciones, pero otra muy distinta es que alguna especie de deus ex machina la acerque a la solución sin que los lectores nos sintamos partícipes de los pasos que le han llevado a ella. Por si fuera poco, al menos eso me ocurrió a mí, el destino de Vic Willing me termina importando un pito, de modo que al alcanzar la resolución casi no me quedaban ganas de saber qué había pasado.
Por suerte, esta investigación se entrelaza con fragmentos del pasado de Claire, que ahondan en su formación detectivesca y en la desaparición de una amiga de la infancia que deja un hilo abierto para próximas entregas del personaje. Estos pasajes, junto con las reflexiones rescatadas del ficticio libro de Silette, nos dejan los mejores momentos de la novela, y nos permiten atisbar que tanto Sara Gran como su criatura, Claire DeWitt, tienen potencial. El problema es que en esta primera obra la mezcla de ingredientes variopintos no ha funcionado y nos deja con la sensación de ser un batiburrillo de ideas y conceptos a los que no ha conseguido dar la unidad y coherencia necesarias.
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